Hoy no vengo a enseñarte nada. Solo quiero compartirte algo que estoy viviendo.
Últimamente he sentido que la calma ya no me da miedo. Que ya no me urge llenar espacios, ni seguir la corriente para sentir que estoy “haciendo algo con mi vida”.
Este texto nació desde ahí. Desde una pausa que me mostró mucho más que el movimiento.
Y tal vez, si estás leyendo esto, también necesitas recordarlo:
Cuando la calma deja de dar miedo.
Hay días en los que todo parece más claro. Días en los que no se necesita mucho para sentir plenitud. Basta un rayo de sol entrando por la ventana, una taza de té caliente, o simplemente el silencio. Y en ese silencio, algo dentro de ti se acomoda.
Vivir en calma no es lo mismo que quedarse quieto. No es pasividad ni aislamiento. Es presencia. Es darte permiso de no seguir a la multitud, no porque estás en contra del mundo, sino porque por fin estás a favor de ti.
Durante años nos acostumbramos a vivir hacia afuera. A correr, a llenar cada espacio, a seguir reglas que no sentimos propias. Pero en algún punto, el cuerpo y el alma piden otra cosa. Piden raíz. Piden verdad. Piden amor, no como una necesidad desesperada, sino como una forma de habitarte.
La calma tiene ese poder: nos recuerda lo que nunca se perdió, solo se olvidó entre tanto ruido. Y cuando te atreves a quedarte ahí, en ese espacio simple pero honesto, te das cuenta de que la realidad es mucho más sencilla de lo que nos contaron. Que este instante –ni antes ni después– es lo único real.
Vivimos saturados de información, buscando afuera lo que solo se revela adentro. Pero nada de eso sirve si no aprendemos a escucharnos. A mirarnos sin juicio. A reconocernos como quien se encuentra en el espejo después de años sin verse de verdad.
Por eso, más que buscar respuestas, a veces solo necesitamos parar. Respirar. Sentir el cuerpo. Habitar el momento. No para “mejorar”, sino para recordar quiénes somos cuando dejamos de intentar ser tanto.
Y cuando lo recuerdas, pasa algo hermoso: ya no necesitas atención ni aprobación. Ya no estás esperando que alguien te diga que estás en el camino correcto. Porque lo sentís. Porque estás en vos.
Volver a uno mismo no es un destino, es una práctica. Y empieza con algo tan simple como esto:
Descansar en tu propia respiración.
Abrazarte sin pedir permiso.
Y darte cuenta de que nunca estuviste rota. Solo habías olvidado lo completa que ya eras.
Totalmente... quién no ha pasado por alguna época en la que quiere avanzar, un cambio en la vida que no llega... y cuanto más se exige y no consigue, más se hunde... y el día que se empieza a relajar, a dejar fluir!! Booom las cosas empiezan a cambiar ❤️ a veces solo hace falta cambiar de prisma
Gracias por compartirte de esta manera! Me gustó mucho cómo lo explicaste, además, me sentí identificada contigo.
En un mundo de inmediatez, del consumismo rápido, de producir al máximo, etc, la calma se vuelve un estado en el que, tememos estar. Pero es necesario, siempre después de una tormenta viene la calma, y a veces olvidamos eso; nos acostumbramos a la tormenta. 🌈🤍